En lo más profundo de los recovecos de nuestra mente acechan muchos pensamientos y sentimientos que nos gustaría negar haber tenido.
Estos deseos e impulsos son tan ofensivos para la parte consciente de la mente que pone en marcha diversos mecanismos psicológicos de defensa para mantenerlos fuera.
Una forma de hacerlo es proyectando estos sentimientos en otras personas (en su mayoría, pero también en acontecimientos y objetos) en un intento de externalizar el problema.
¿Qué significa esto? Bueno, empecemos con una definición sencilla:
La proyección psicológica es un mecanismo de defensa que se produce cuando surge un conflicto entre tus sentimientos inconscientes y tus creencias conscientes. Para dominar este conflicto, atribuyes estos sentimientos a alguien o a algo más.
En otras palabras, transfieres la propiedad de estos sentimientos problemáticos a alguna fuente externa.
Te engañas a ti mismo haciéndote creer que esas cualidades indeseables pertenecen en realidad a otra parte, a cualquier lugar que no sea una parte de ti.
Este enfoque, según la teoría de Freud, es una forma que tiene nuestra mente de enfrentarse a los aspectos de nuestro carácter que consideramos defectuosos.
En lugar de admitir el defecto, encontramos una forma de abordarlo en una situación en la que está libre de connotaciones personales.
Al proyectar estos defectos, podemos evitar tener que identificarlos conscientemente, asumirlos y afrontarlos.
Proyectar las emociones en los demás es algo que todos hacemos en cierta medida, y tiene cierto valor psicológico, pero, como veremos más adelante, también tiene sus inconvenientes.
Los tipos de sentimientos que podemos proyectar en los demás no tienen fin. Cuando surge cualquier conflicto interno, siempre existe la tentación (aunque inconsciente) de trasladar el sentimiento perturbador a otra parte.
Cuanto más molesto nos parezca el sentimiento, mayor será el impulso de proyectarlo en otra persona.
Pero veamos algunos ejemplos claros para ayudar a explicar la idea. He aquí 8 de los ejemplos más comunes de proyección:
1. Excitación por alguien que no es tu pareja
El ejemplo clásico que se suele utilizar para explicar la psicología de la proyección es el del marido o la mujer que siente una fuerte atracción por una tercera persona.
Sus valores internos les dicen que esto es inaceptable, así que proyectan estos sentimientos en su cónyuge y le acusan de ser infiel.
Esta culpa es, en realidad, un mecanismo de negación para no tener que enfrentarse a sus propios deseos errantes ni sentirse culpables por ellos.
Este tipo de proyección en las relaciones puede provocar mucho estrés y tensión.
Al fin y al cabo, la parte inocente está siendo acusada de algo que no ha hecho. Se defenderá, con razón, y a menudo de forma bastante inflexible.
En poco tiempo, se crea un caldo de cultivo de desconfianza, mala comunicación y dudas.
2. Problemas de imagen corporal
Cuando te miras en el espejo y consideras que tu reflejo es en cierto modo imperfecto, puedes optar por pasar por alto esos supuestos defectos aprovechando cualquier oportunidad para detectarlos en los demás.
Proclamar que otra persona tiene sobrepeso, es fea o tiene algún otro atributo físico poco atractivo es más probable que ocurra cuando tú mismo tienes problemas de autoimagen muy arraigados.
La proyección te permite tomar el odio que puedas tener por tu aspecto y distanciarte de él centrándolo en otras personas.
También puedes proyectar en otros comportamientos con los que te sientes incómodo.
Por ejemplo, puedes criticar a alguien por ser codicioso en la mesa, o por llevar ropa poco favorecedora, para ocultar tus propias inseguridades respecto a estas cosas.
3. No gustar a alguien
Cuando somos jóvenes, tendemos a llevarnos bien con todo el mundo, y este deseo sigue formando parte de nosotros cuando nos hacemos mayores.
Teniendo esto en cuenta, no debería sorprendernos saber que, cuando nos disgusta alguien, tratamos de proyectar este sentimiento en él para poder justificar nuestro propio comportamiento poco amistoso.
Por decirlo de otro modo, si te cae mal Olivia, pero no estás dispuesto a admitirlo conscientemente, puedes convencerte de que es Olivia la que no te gusta.
Esto te protege de sentirte mal por no gustar a alguien, independientemente de los motivos que tengas.
Porque seamos sinceros, si tuvieras que decir realmente por qué te desagrada Olivia (tal vez ella sea encantadora y tú no, o tal vez tenga una carrera exitosa y tú te sientas insatisfecho en la tuya), te enfrentarías a cualidades que no quieres admitir que existen en ti.
4. Inseguridad y vulnerabilidad
Cuando nos sentimos inseguros sobre algún aspecto de nosotros mismos (como la imagen corporal de la que hablamos antes), buscamos formas de identificar alguna inseguridad en otras personas.
Este es a menudo el caso del comportamiento de acoso, en el que el acosador se centrará en las inseguridades de los demás para evitar enfrentarse a sus propias preocupaciones.
Por eso buscarán a las personas más vulnerables a las que puedan atacar fácilmente sin riesgo de sufrir una retribución emocionalmente dolorosa.
No tiene por qué ser exactamente la misma inseguridad la que sea el objetivo; a menudo, cualquiera servirá.
Así, la persona a la que le preocupa no ser lo suficientemente inteligente se aprovechará de la falta de confianza romántica de otra persona, que podría tener como objetivo las ansiedades financieras de una tercera persona.
5. Ira
En un intento de enmascarar la rabia que puede haber en su interior, algunas personas la proyectan en las personas con las que están enfadadas.
Durante una discusión, por ejemplo, puedes intentar mantener un exterior frío y comedido e incluso decirle a la otra persona que «se calme» para negar la ira que albergas.
O puedes utilizar las acciones de los demás para justificar tu ira hacia ellos, incluso cuando se podría haber adoptado un enfoque alternativo.
Proyectar la ira en otra persona desplaza la culpa en tu mente. Ya no eres tú el motivo del conflicto; te ves como el atacado, no como el agresor.
6. Comportamiento irresponsable
Puede que no nos guste admitirlo, pero todos participamos en comportamientos que podrían considerarse irresponsables.
Ya sea tomar unas cuantas copas de más, correr riesgos innecesarios con nuestra seguridad o incluso ser imprudentes con nuestro dinero, todos somos culpables de hacer cosas que probablemente no deberíamos.
Para evitar el sentimiento de remordimiento, proyectamos nuestra irresponsabilidad en los demás y los criticamos por sus acciones.
A veces nos centramos en cosas que no tienen relación con nuestras propias faltas, pero otras veces regañamos a la gente por hacer precisamente las cosas que nosotros mismos hemos hecho.
7. Fracaso
Cuando percibimos que hemos fracasado en algo, es habitual que empujemos a los demás a tener éxito en un intento de negar nuestro fracaso.
Esto lo demuestran los padres que animan con entusiasmo -a veces de forma prepotente- a sus hijos a esforzarse en algo en lo que ellos, en su opinión, han fracasado.
Por ejemplo, el atleta fracasado que obliga a su hijo a seguir el camino del deporte, o el músico que nunca llegó a triunfar que empuja a su hijo a aprender un instrumento musical.
Al padre le da igual que el niño quiera dedicarse a esas actividades, porque para él es una oportunidad de enmendar sus propios defectos.
8. Logro de objetivos
Este es uno de esos raros casos en los que realmente proyectamos aspectos positivos de nuestra propia personalidad en los demás, aunque no siempre se perciba así.
Por ejemplo, el activista por el bienestar de los animales que proyecta su aversión a las prácticas agrícolas crueles en todos los demás, y se sorprende cuando no parecen compartir sus preocupaciones.
O piensa en el propietario de una empresa que se esfuerza por comprender por qué sus empleados no están tan motivados como él para que el negocio sea un éxito.
El problema de la proyección
Este elemento de la psicología puede parecer eficaz para defender nuestra mente del dolor, pero hay dos problemas fundamentales que van en contra de este argumento.
El primero es que la proyección nos hace sentirnos superiores a los demás, porque nos permite pasar por alto nuestros propios defectos e insuficiencias y, al mismo tiempo, centrarnos en lo que percibimos como imperfecto en los demás.
Esto no sólo puede ser la fuente de muchos conflictos, sino que nos da una falsa impresión y falsas expectativas de otras personas. No vemos todo lo bueno de la gente, porque estamos demasiado ocupados examinando sus defectos.
El segundo problema de la proyección como mecanismo de defensa es que no aborda los propios sentimientos subyacentes. Mientras sigamos negando la existencia de estos sentimientos, no hay ningún mecanismo que pueda ayudarnos a abordarlos y superarlos.
Sólo cuando aceptamos que forman parte de nosotros, podemos empezar a trabajar con ellos y, finalmente, librarnos de ellos por completo.
El primer paso es, como cabría esperar, el más difícil de dar, porque efectivamente invita al dolor sobre uno mismo.
Sin embargo, hasta que no te enfrentes a él, este dolor siempre estará presente, y aunque no sientas su efecto completo cuando lo reprimes, contribuye a un malestar que nunca te abandona del todo.
Alejarse de la proyección
La proyección puede ser algo consciente, pero la mayoría de las veces tiene lugar bajo la superficie en función del inconsciente.
Antes de que puedas empezar a abordar los problemas subyacentes, debes reconocer primero cuándo y cómo puedes estar proyectando en los demás.
Aunque llevar tu propia conciencia a la situación puede ayudar a descubrir algunos casos, no siempre es fácil identificar los sentimientos que has enterrado más profundamente.
Puede que te resulte muy útil hablar con un psicoterapeuta, que está capacitado para detectar y sacar a relucir con delicadeza cosas de las que quizá no seamos conscientes inmediatamente.
Pueden ayudar a sacar estos temas a la superficie, donde pueden ser examinados y, finalmente, tratados.
La proyección suele ser perjudicial para nuestras relaciones con los demás, así que cualquier intento de erradicarla como hábito -ya sea por ti mismo o con ayuda profesional- merece la pena.
Cuando seas capaz de enfrentarte a los sentimientos desagradables de frente, descubrirás que son mucho menos agotadores o dañinos a largo plazo.